
“Alejémonos de nuestro día a día, de la rutina que termina por atraparnos y nos hace cobardes. Volvámonos a sentir inseguros una vez más, volvamos a sentir que cada momento pide cita para existir y volver a pasar de largo. ¿Para qué intentar estirar una cuerda que no da más de sí? Vayámonos…“
Málaga,
dulce encuentro.
450 Kilómetros pasados buscando el final del camino, escuchando el ruido de los camiones que ensordece nuestros pensamientos anhelantes de libertad. Las luces de los coches van pasando y la temperatura de nuestro cuerpo se eleva acorde con el sol que nunca nos falla. Hace calor y sudamos. Lo hacemos gratis y lo hacemos con gusto. Sudamos nerviosismo porque nuestro destino se encuentra cada vez más cerca hasta que al fin, Málaga se asoma por las alturas reflejada en un cartel azul fosforescente. El forzoso recorrido ha merecido la pena tan solo por la sensación de encoger la nariz y percibir el olor de los olivos, del aire cálido, del jazmín.
La malagueta está más bonita que nunca, hoy se ha vestido de gala para nosotros y solo para nosotros. Su preciosa diadema azul se refleja en el agua, en el mar que parece estar extasiado por contemplarse a sí mismo. Asistimos a una obra maestra perfectamente equilibrada.
Segunda quincena de agosto y las sonrisas no decaen en la cara de los malagueños, pues es la fecha más esperada por todos, la feria de Málaga. El centro de la ciudad está a rebosar y se percibe la actividad incesante de mañana a noche y de noche a mañana. Combustible refrescante: El cartojal, tan dulce como las guitarras que suenan al son de los cantos de los feriantes “Óle, óle y óle”. No faltan los sombreros cordobeses en las cabezas de los hombres ni las flores en las orejas de las mujeres fundiéndose con el olor de la calle. Elegantes y señoriales visten los trajes de sevillana “las niñas” mareando el viento con sus amaestrados abanicos “¡ai! qué caló mi arma”.
A nuestra derecha la luna, vestida de blanco con sus ojos bien abiertos y relucientes cede a mostrarnos la belleza que tan solo ella posee en todo su esplendor; mientras que a nuestra izquierda se encuentra “El pimpi” que a pesar de ser un restaurante de grandes como Antonia banderas y de su irresistible salmorejo, no nos conmueve tanto como ese puesto de papas situado en la esquina más humilde de la calle más transitada del centro más abarrotado. Abierto para todas nuestras bocas.
El alba, como cada mañana, vuelve a sorprendernos por detrás de las montañas, áridas, preciosas. Las olas rompen con fuerza en las orillas de las playas de pedregalejo, el melillero ha vuelto a hacer de las suyas. Allá a lo lejos vemos “ración de seis, espeto a dos euros”. ¡Qué sabor!¡Qué maravilla! ¡Conchas finas y coquinas!
¿Se puede pedir más?
Lara Perez