"Es la naturaleza humana: a menos que alguien pueda encontrar la forma de cambiarla, tendremos otra crisis. Es inevitable"
Ex jefe de la FED (Reserva Federal de los EEUU)
Estamos pues ante una crisis de doble filo, una interna y una externa. La una se relaciona estrechamente con nuestra condición humana, nuestra naturaleza, con nuestra forma de concebir el mundo. Es de esta crisis interna que reside en cada uno de nosotros, de la cual deriva la externa, referente a las condiciones materiales de nuestra existencia e inexplicablemente la única que pretendemos sanar y a la que se le otorga el papel protagonista en estos tiempos que corren, cuando en realidad no es más que la infección de una herida mucho más profunda.
¿Y cuál es nuestra solución?
Agua oxigenada, unas gotas al día y así no se extenderá la infección pero tampoco conseguirá sanarse. Debemos comenzar desde el núcleo de la infección y ese núcleo se encuentra perdido entre nuestros principios, nuestra cultura y nuestra manera de concebir el mundo.
Un mundo que concebimos así debido a los condicionamientos culturales y morales adquiridos mediante una educación “escolarizada”. Todo aquello que sabemos es todo aquel saber utilitario y adaptativo enfocado a proporcionar competencias y a vender acreditaciones. En resumidas cuentas, una escolarización perecedera y caduca que fomenta aun más la expansión de la crisis externa y que bajo ningún concepto crea en el ser humano esa sed de conquistar de forma original su propia humanidad ni de recrearse en sus propios valores. Las certificaciones académicas han hecho de nosotros una mente simplificadora y disciplinaria que es incapaz de concebir nuevas formas de pensar, sentir y sobre todo de hacer educación.
Pero ¿Realmente es posible enseñar la condición humana a partir de una mente escolarizada?
Nuestra mente sufre una “contaminación interna” como si de fumadores pasivos se tratase. Estamos enfermos, absorbemos inevitablemente de todo cuanto nos rodea pero somos incapaces de absorber de nosotros mismos porque hemos olvidado con tantas distracciones la verdad de nuestra naturaleza. Debemos redescubrir mediante nuestros propios valores internos, quienes somos en realidad y tener presentes las razones por las cuales hemos enfermado y entrado en este estado de crisis de identidad.
Es necesaria una educación en la que nadie eduque a nadie, una educación en comunión, como bien decía Paulo Freire, que nos recuerde que somos uno. Que transmita que debemos apoyarnos porque nadie es más que nadie, que el fraude y la corrupción es pan para hoy y hambre para mañana, que nos haga ver que la solución es la unión y no la desunión, que no es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita; una educación que nos haga libres y no nos condicione, que asuma la responsabilidad de construir una nueva “ecología de saberes” con el fin de poner de manifiesto que otro mundo es realmente posible y sobre todo necesario.
Enseñar la condición humana es por tanto, no un proceso de transmisión, ni de ejercicio de conductas testimoniales siquiera, sino más bien un proceso de auto aprendizaje, de compromiso, de experiencias vitales con todo aquello que forma parte de nuestra compleja y contradictoria naturaleza y sobre todo es un proceso evolutivo.
Cuando todo ello ocurra abandonaremos la ambición que nos consume para acentuarnos en la contribución, alcanzando la plenitud proveniente de nuestra grandeza humana. Grandeza para aportar nuestro granito de arena a la sociedad, a nuestro complejo y enfermo sistema económico que nuestra propia complejidad y enfermedad corrompe. Seamos curiosos, aprendamos de nosotros mismos, concibámonos como una unidad indestructible, dejemos de excusarnos en las consecuencias de nuestros errores y actuemos. No cambiemos, evolucionemos.